En Isaías 55 Dios extiende su llamado a todo el mundo, la obra de Jesús en la cruz hizo posible que esa oferta de salvación se comunique a todo el que esté sediento. Este llamado es un clamor del corazón de Dios a toda persona para que haga un alto en su vertiginosa vida y vuelva su mirada a Él, el único que es la fuente de salvación eterna.
Esta invitación es para “todos los sedientos”, toda clase de hombre, mujer, joven y niño de cualquier pueblo, raza, lengua y condición, aquellos cuya sed no ha sido saciada por las cisternas que ofrece este mundo y han tratado de calmarla con cosas perecederas y superficiales, aquellos que están insatisfechos con lo que el mundo les brinda, que ya han probado y no se sacian. Para aquellos también que lo ha conocido, pero se han alejado de la fuente de agua viva, los invita a tener hambre y sed del Señor y a “comprar sin dinero”, refiriéndose a la vida abundante que sólo la sangre del Señor Jesucristo pagó para obtenerla.
Para los creyentes es un llamado para no dejarnos influenciar por las cosas banales de este mundo, por eso dice: “¿por qué se desgastan y se esfuerzan por lo que no sacia? Comed del bien y se deleitará vuestra alma con grosura”. Quiere que gocemos del alimento espiritual, el pan de vida, que es Jesucristo que descendió del cielo. Hay tres bebidas que se ofrecen aquí: “aguas” expresada en plural hablando no sólo de abundancia sino de calidad y que es para el alma, es la clase de agua que Jesús ofreció en Juan 7:37-38 “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”.
El vino es la segunda bebida, simboliza la alegría, habla de la Palabra que calma el dolor, la amargura, la decepción, la frustración y trae el gozo a nuestra vida a pesar de las circunstancias. Y la tercera es la leche que es básica para el crecimiento y el desarrollo del individuo, refiriéndose aquí, a la Palabra de Dios que es esencial para el crecimiento espiritual.
Examinemos entonces en dónde buscamos nuestra felicidad. No está en el dinero, ni en los placeres, ni en la fama, pues nos dejan insatisfechos, la encontramos en el pan, las aguas, el vino y la leche espirituales que son las que satisfacen y Dios nos las da gratuitamente en Jesucristo, nuestra fuente de provisión completa y eterna.
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